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Cuando José Ángel Valente se encontró con Antonio J. Torrecillas (Presentación de MÁRGENES 10 en la Casa del Poeta)

margenes-arquitectura-valentePor una de esas hermosas casualidades imprevistas, tuvimos la suerte de presentar ayer, domingo 15 de mayo de 2016, el número 10 de MÁRGENES ARQUITECTURA en la Casa del Poeta, el espacio recuperado para la cultura en Almería de lo que fue en su día casa y estudio del poeta José Ángel Valente.

Solamente doblando la silenciosa calle, hoy llamada como el poeta, se deja atrás la animada mañana de domingo en la plaza de la catedral para penetrar en uno de esos rincones tan comunes y a la vez extraños de Almería. La luz y la presencia de unas cuantas extraordinarias viviendas del siglo XIX marcan la velocidad tranquila del paseo. Al llegar a la casa, un suelo en damero, que pronto se transforma en los dibujos propios de los suelos hidráulicos, nos recibe frente a la poderosa escalera curva de madera. Desde este punto central, la casa se despliega como un árbol, en pequeñas estancias que reconocen la esbelta proporción de las ventanas, típicas de la casa tradicional almeriense. Desde el sótano a la azotea, la Casa del Poeta es una excelente pieza, casi popular, de arquitectura. Su sencillez, basada en un conocimiento exacto de lo pragmático, da pie a una rica sucesión de espacios en los que encontramos la huella lejana de la vida cotidiana de sus moradores.

Durante la presentación se desgranan las cinco últimas obras de Antonio Jiménez Torrecillas. La estación de Alcázar Genil, el ascensor del Palacio de Carlos V, la galería de Jack Shaninman… Pero especialmente nos detenemos en la casa de Luis García Montero y Almudena Grandes, casa para un poeta dentro de la casa de otro poeta. Leemos las líneas que García Montero escribiera a propósito de Antonio, hablamos del oficio de escribir, de cómo la casa de Rota crea frente a los muros vegetales el lugar de la escritura.

La suerte había hecho que, sólo un momento antes, subiéramos hasta el escritorio de Valente. Mirando lo que él había visto, en la penumbra acogedora frente a la crudeza desafiante de la luz, escogimos un poema que dejamos grabado:
“El cuerpo del amor se vuelve transparente, usado como fuera por las manos. Tiene capas de tiempo y húmedos, demorados depósitos de luz. Su espejo es la memoria donde ardía. Venir a ti, cuerpo, mi cuerpo, donde mi cuerpo está dormido en todas tus salivas. En esta noche, cuerpo, iluminada hacia el centro de tí, no busca el alba, no amanece el cantor”.

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