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Nº 10. Antonio Jiménez Torrecillas

Nº 10. Antonio Jiménez Torrecillas
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  • Márgenes Arquitectura 10, Antonio Jiménez Torrecillas
  • Editorial Márgenes Arquitectura 10
  • Sumario Márgenes Arquitectura 10
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Principales contenidos de «Antonio Jiménez Torrecillas»:

Estación del Metro de Granada Alcázar Genil, Ascensor en el Palcio de Carlos V en La Alhambra, Granada; Galería Jack Shainman en Nueva York, Casa para Luis García Montero y Almudena Grandes en Rota, Cádiz; Carmen de Hongying Liu en el Albbaicín, Granada.

Agotado

Conocí a Antonio Jiménez Torrecillas hace algunos años, inmerso en la polémica por la muralla de San Miguel. Aunque aún no la había visitado, me posicioné de inmediato, escribiendo en contra de los términos en los que la crítica se estaba efectuando. Poco después, el propio arquitecto decidió acercarme a la obra, explicándome algunos de sus puntos de vista. Hoy la muralla nazarí del Alto Albaicín es uno de los iconos contemporáneos de Granada, un referente imprescindible para una ciudad en la que la arquitectura siempre se ha escrito con mayúsculas.

Por entonces, Jiménez Torrecillas ya había construido una serie de edificios más que notables. Sin duda, destacaba entre todos el Centro José Guerrero, germen de una manera de entender la tradición desde el momento presente que tendría continuidad en una serie de intervenciones posteriores: la biblioteca y archivo del Museo de la Alhambra, el Pósito y la Torre del Homenaje de Huéscar o el Museo de Bellas Artes y el ascensor del Palacio de Carlos V. En todos ellos está presente una línea ideológica que habría de marcar a toda una generación de arquitectos: “Herencia, evolución…: transmisión. El verdadero valor no está tanto en lo que generosamente hemos heredado, como en aquello que generosamente debemos aportar”.

Recuerdo cómo, al poco de conocernos, Jiménez Torecillas me contaba que, tras largos años de formación en los que había tenido la suerte de recibir enormes enseñanzas de forma generosa, le tocaba a él ahora tomar el relevo y ayudar a transmitir todo aquello que, tras años de tentativas, hallazgos y derrotas, había logrado aprender. En esta madurez, pudo finalizar la Estación de Alcázar Genil, cuya construcción le proporcionaría tantas alegrías y que supone quizá la pieza de ingeniería más importante de la Granada contemporánea. Una intervención que está llamada a cambiar la manera en que los habitantes de la ciudad se relacionan con su territorio, capaz de equiparar dos momentos históricos bien distintos: el de la construcción del albercón del Alcázar, cuyos restos se integran en el conjunto, y el de la gran infraestructura del siglo XXI. Una vez más, el patrimonio se entendía como un legado en continuidad, gracias a la aportación sincera y natural de lo contemporáneo. Por todo esto, aunque aún carezcamos de perspectiva para valorar como merece la aportación arquitectónica de Jiménez Torrecillas y aunque la muerte de alguien tan cercano pueda dificultar la crítica objetiva, no cabe duda de que nos encontramos ante una aportación de una extraordinaria calidad, cuya impronta en el paisaje granadino y en la conciencia colectiva de la disciplina arquitectónica es ya imborrable.

Me despedí de Antonio Jiménez Torrecillas en un proceso lento que duró varios meses y que guardo como un verdadero tesoro. En el tiempo final de su enfermedad, Antonio (o como nos gusta decir, nuestro Antonio), decidió ordenar muchas cosas, entre ellas el trabajo de sus cinco últimas obras. Sus primeras obras de madurez, como le gustaba denominarlas. Este número monográfico de MÁRGENES es el resultado de ese esfuerzo. Cualquier acierto de sus páginas se debe a la visión del arquitecto, cualquier fallo a la ausencia de su voz guía en el proceso final. Como tantas veces habíamos hecho antes, escribimos muchas cosas aquellos días, compartimos un tiempo de gran plenitud, casi felicidad, y dispusimos la manera de publicar estas cinco joyas que hoy os presentamos.

De Jiménez Torrecillas, más allá de su amplia maestría como arquitecto, nos queda su extraordinaria persona. Su sabia querencia por su mundo cercano, sus certeras palabras cuando, ya enfermo, cansado e inagotable a la vez, nos recordaba a todos que siempre hay que dar a los demás lo mejor que tengamos. Siempre.

Siendo este segundo siempre el más importante. Por si en algún momento existiera la duda, por si, desde esa misma duda, nos lo preguntásemos a nosotros mismos. El nivel de compromiso es elevado. La respuesta es: siempre.

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